sábado, 31 de agosto de 2013

Jefe bueno, jefe malo

Le he estado dando muchas vueltas al asunto antes de volver a escribir, y casi he estado decidida a eliminar este sitio. No es nada fácil decidirme a escribir sobre el tema que me animó a comenzar este blog, aunque en el tiempo que me mantuve alejada ha surgido diferente material para publicar. Comenzaré por el tema que más consternación me causa en la actualidad. 

Habiendo resuelto por defecto el tema amoroso, es decir, estoy sola, disfrutando de mi soledad, y aunque abierta a las posibilidades no es una prioridad en mi vida en estos momentos, el tema laboral es el que me agobia. A menudo me pregunto: "¿Cómo así -¡santa madre de Dios!- se puede ser tan mal jefe y aún así liderar una empresa?".


No creo que sea cierto aquello de que no hay jefe bueno. No serán la mayoría, pero es un hecho de que hay jefes buenos: líderes que se ganan la estimación de su gente, que buscan el bienestar común antes que el suyo propio, que saben escuchar cuando es necesario, y cuyas acciones obedecen a un plan mayor, siempre en la búsqueda de un objetivo, y no de un capricho momentáneo. Nadie espera que los jefes sean personas perfectas, pero al menos podrían no ser gente necia.

Recuerdo cuando trabajaba para el estado, en una institución militar. El Mayor Llanos era mi jefe inmediato, un hombre de carácter alegre, hasta se diría que despreocupado. Asumió el mando de la oficina sin mayor apresuramiento, se reunió con el personal, luego conversó con cada uno en privado. Procuró saber a grandes rasgos cuál era nuestra labor y nos brindó algunas palabras motivadoras, asegurando que contábamos con su confianza y alentándonos a continuar como hasta entonces. 

En cierta ocasión, semanas más tarde, de una oficina contigua solicitaron un reporte que yo calculé podía generar, así que les ofrecí entregarlo en determinado plazo. Cuando lo supo mi jefe me llamó a su oficina, y entonces me explicó la situación: "Si ellos te piden algo, diles que me lo pidan a mí directamente". En ese momento me di cuenta, que si bien me resultaba posible generar el reporte, tenía un jefe que decidiría lo que era aconsejable compartir, como lo que no. ¡Cosas de militares y de la sección de Logística! En resumen y sin ahondar más en anécdotas, el Mayor Llanos resultó un jefe de los mejores que he tenido, tanto en carácter como en capacidad de liderazgo.

Algunos años después ingresé a una empresa particular que hacía servicios para terceros. Al momento de entrar a laborar en dicha empresa constaba del dueño y tres jóvenes más a los que me uní en labores. La información sobre el estado civil del dueño, un ingeniero viudo con tres o cuatro hijas, y algunos otros detalles sobre su vida privada incluida la penosa enfermedad de su esposa, me fueron contadas por mis compañeros de trabajo, quienes habían ingresado a la empresa algunos meses antes. 

En las primeras entrevistas el ingeniero parecía una persona afable y abierta, entusiasta sin duda, y zalamero al momento de ofrecer futuras ganancias. Más adelante conocí algo más de su carácter y actitud. Como por ejemplo, que acostumbraba llamar a reunión en su oficina a cada uno de sus empleados por separado, simplemente para hablar mal de los restantes. En nuestras propias reuniones mis compañeros y yo nos hacíamos la pregunta: "¿Es que no se imagina que luego vamos a comentar entre nosotros lo que él nos dice?". En otra ocasión, mientras uno de mis compañeros estaba de servicio en una empresa y el ingeniero hablaba con él por teléfono, comenzó a gritarle de manera tan agresiva que al regresar del servicio mi compañero encaró al ingeniero reclamándole su actitud. Fue un momento incómodo para todos en la oficina, que se resolvió cuando el ingeniero ofreció disculpas, tan solo después de que mi compañero le dijera que sus gritos habían sido escuchados por todos en la otra empresa pues estaba puesto el altavoz (lo cual supimos luego no había sido cierto, pero valió la treta para concluir el entredicho). También eran conocidas las llamadas a la empresa de antiguos trabajadores que reclamaban les termine de pagar lo adeudado. 

Habían momentos en los que el mal carácter y pésimo trato del ingeniero se desbordaba y entonces corría como un tsunami atropellando egos y buenas crianzas. Rápidamente le perdí el respeto, y nunca sentí mayor aprecio por él. Meses después de haber abandonado ese trabajo, al igual que mis compañeros, supe que ya no se encontraba en el lugar donde antes trabajábamos y era incierta la situación de su compañía. Aunque mis ex-compañeros y yo nos frecuentamos algún tiempo después, del que fue nuestro jefe no supimos más.

Ahora que tengo más o menos claro cuál es el siguiente asunto a tratar, continuaré en la siguiente entrega con una descripción de la historia de mi jefe, con el cual laboré por mayor tiempo, y cuya práctica empresarial guarda relación con su vida personal y cómo se ha desenvuelto su vida.


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